El eclipse solar que cruzó Norteamérica causó sensación en Nueva York, una ciudad acostumbrada a la novedad. A pesar de haber vivido un terremoto unos días antes, la ciudad se detuvo para observar el fenómeno astronómico. Se celebraron fiestas de visionado en lugares emblemáticos como el Empire State y el Museo Intrepid, concentrando la atención de los neoyorquinos en el cielo durante horas.
La expectación por el eclipse llevó a reuniones espontáneas en diferentes puntos de la ciudad, desde Times Square hasta la sede de la ONU. El Empire State encendió sus luces cuando la luna comenzó a tapar al sol, mientras que en el Museo Intrepid se congregaron cientos de personas con gafas especiales para presenciar el evento. La ciudad se detuvo para disfrutar de este momento único.
Durante la espera, los neoyorquinos se relajaron en los muelles cercanos, disfrutando del eclipse parcial que alcanzó el 90%. La temperatura descendió ligeramente, y una sombra se impuso sobre la ciudad mientras la gente observaba maravillada el paisaje. La sensación de un atardecer cubrió la ciudad, generando un ambiente de silencio entre los espectadores.
En otros puntos de la ciudad, como Washington Square Park, la escasez de gafas resaltó el espíritu solidario de los neoyorquinos, que compartieron sus gafas con desconocidos para disfrutar del eclipse. En la sede de la ONU, los diplomáticos se reunieron en la azotea, compartiendo algunas gafas y expresando decepción por no poder presenciar la ocultación total del sol. El momento generó aplausos y gritos entre los presentes.
En barrios como El Bronx, los vecinos se reunieron frente a sus edificios para observar el eclipse, compartiendo las gafas con los más pequeños. Las actividades cotidianas se detuvieron por un momento para disfrutar de este fenómeno que no se repetirá hasta dentro de 20 años. Una vez que el sol volvió a brillar, la ciudad retomó su rutina habitual, dejando atrás la emoción del eclipse y el frenesí por conseguir unas gafas.
En resumen, el eclipse solar en Nueva York fue un evento que capturó la atención de la ciudad y generó momentos de asombro y emoción en diferentes puntos emblemáticos. A pesar de su brevedad, logró unir a los neoyorquinos en un instante único de observación astronómica, que quedará en la memoria de la ciudad hasta la próxima ocurrencia dentro de dos décadas.